Las percepciones se forman en la mente
de las personas y gobiernan su manera de ver las cosas y comportarse ante
diferentes situaciones, por lo que Covey (2003)
indica que se debe examinar el cristal o la lente a través del cual se ve el
mundo, ya que ese cristal condicionará la forma de percibir una realidad y la interpretará
de una manera que puede ser fiel o no a dicha realidad.
Estos cristales o lentes se crean por
los paradigmas, que son mapas mentales a través de los cuales una persona interpreta
todo lo que experimenta, que pocas veces son cuestionados respecto a su
exactitud, y muchas veces ni siquiera se tiene conciencia de que existen, por
lo que una persona da por sentado que su manera de ver las cosas corresponde a lo
que es o debería ser, pero la realidad
es que cada persona ve el mundo, no como es, sino como lo condiciona sus
propios paradigmas y experiencias pasadas.
Además, como lo menciona Hellriegel & Slocum (2009), si una persona espera
que sucedan ciertas cosas, es más probable que suceda lo esperado que si no lo
pensara, tal como se establece por el efecto Pigmalión, el cual se basa en una
leyenda de la mitología griega que cuenta como el rey Pigmalión buscó a la
mujer perfecta para casarse, pero frustrado en su búsqueda creó una escultura
preciosa que nombró Galatea, de la cual se enamoró; todas las noches soñaba que
cobraba vida, hasta que un día la diosa del amor, Afrodita, le cumplió su deseo
al hacer que Galatea se convirtiera en humana.
Lo indicado por este efecto sirve para
explicar cómo una persona puede superar lo que espera de sí mismo y obtener lo
que se desea, por lo que se utilizado en diferentes ámbitos de la vida, como el
educativo, laboral y social. Particularmente, en el campo laboral tener altas
expectativas de otra persona tiende a mejorar el desempeño de ésta en su
trabajo, por ejemplo, los subordinados cuyos gerentes esperan que tengan un
buen desempeño, en verdad se desempeñan bien. Por el contrario, pensar que
alguien no puede hacer una actividad, lo más seguro es que así sea, por
ejemplo, los subordinados cuyos gerentes esperan que tengan un mal desempeño, causará
en ellos un mal desempeño.
Adicionalmente, Covey (2003)
menciona que de acuerdo a lo establecido por psicológicos de hace más de 200
años, para ser efectivos cada persona debe forjarse un carácter con ética, es
decir, aprender ciertos principios básicos e integrarlos en su carácter, tales
como la integridad, la humildad, la fidelidad, la mesura, el valor, la
justicia, la paciencia, el esfuerzo, la simplicidad, la modestia y la «regla de
oro».
Sin embargo, en la
actualidad el éxito es concebido de diferente manera: pasó a ser más una función
de la personalidad, de la imagen pública, de las actitudes y las conductas,
habilidades y técnicas que hacen funcionar los procesos de la interacción
humana, como las técnicas transitorias de influencia, estrategias de poder, habilidad
para la comunicación y actitudes positivas, que reconocen que el carácter es un
elemento del éxito, pero sólo en lo esencial y de una manera superficial. Esto
no quiere decir que no sean beneficiosos o esenciales para el éxito, sino que se
trata de rasgos secundarios, no primarios como lo son los fundamentos del
carácter.
Por ejemplo, si un
gerente usa estrategias de influencia para conseguir que sus subordinados hagan
lo que se desea (que trabajen mejor, se sientan más motivados, les agrade el
jefe, se gusten entre ellos, etc.), nunca se podrá tener éxito a largo plazo,
si existe desconfianza: todo lo que se haga se percibirá como manipulador;
aunque las intenciones sean buenas, si no hay confianza o hay muy poca,
faltarán bases para el éxito permanente.
En un sistema de
actividad humana como es una organización, uno puede arreglárselas si aprende
a manipular reglas creadas por el hombre, utilizando la ética de la
personalidad para salir del paso y producir impresiones favorables a corto
plazo, al interactuar con las personas mediante el encanto, la habilidad y
fingiendo interesarse en sus hobbies. Sin embargo, los desafíos de la vida
sacan a la superficie los verdaderos motivos, y el fracaso de las relaciones
humanas remplaza al éxito a corto plazo. Por el contrario, cuando las personas
tienen fuerza de carácter pero les falta habilidad para la comunicación, también
afectará también la calidad de las relaciones, pero los efectos son
secundarios, ya que la naturaleza de una persona puede transmitirse con una elocuencia
mucho mayor que cualquier cosa que diga o haga.
Los paradigmas,
correctos o incorrectos, son las fuentes de las actitudes y conductas, así como
de las relaciones con los demás, lo que plantea uno de los defectos básicos de
la ética de la personalidad, ya que tratar de cambiar actitudes y conductas es
prácticamente inútil a largo plazo si no se examinan los paradigmas básicos
de los que surgen esas actitudes y conductas. Es decir, si lo que se pretende
es realizar cambios relativamente menores, puede que baste concentrarse en las
actitudes y conductas, pero si se aspira a un cambio significativo, se tiene
que trabajar sobre los paradigmas básicos, ya que cuanto más concuerden estos paradigmas
con los principios básicos, más exactos y funcionales serán.
Por lo anterior, Covey
(2003) escribe sobre los principios fundamentales de la efectividad humana,
traduciéndolos en siete hábitos son básicos y primarios, los cuales se generan
a partir de una intersección de conocimiento (paradigma teórico: qué hacer y por
qué), capacidad (cómo hacer) y deseo (la motivación: el querer hacer).
Toda persona empieza su
vida siendo totalmente dependientes de otros (paradigma del tú), es decir, necesitan
de los otros para conseguir lo que quieren. Gradualmente, se vuelven cada vez
más independientes (paradigma del yo), consiguiendo lo que quieren gracias a
su propio esfuerzo. Luego, se toma cada vez más conciencia de que los más altos
logros se generan combinando sus esfuerzos con los esfuerzos de otros para
lograr un éxito mayor: ser interdependiente (paradigma del nosotros).
Los hábitos que
permiten generar independencia tienen que ver con el autodominio y buscan el
desarrollo del carácter. Estos son: la proactividad, empezar con un fin en
mente y actuar de acuerdo a prioridades. Cuando uno se vuelve verdaderamente
independiente, posee un carácter de base a partir del cual se puede pensar en
los otros tres hábitos orientados hacia el trabajo de equipo, la cooperación y
la comunicación. Por último, el séptimo hábito está relacionado con la
renovación que conduce a nuevos niveles de comprensión, y a vivir cada uno de
los hábitos en un plano cada vez más elevado.
Referencias
Covey, S. R. (2003). Los 7 hábitos de la gente
altamente efectiva: la revolución ética en la vida cotidiana y en la empresa.
Buenos Aires: Paidós.
Hellriegel, D.,
& Slocum. (2009). Comportamiento organizacional (12va ed.). México,
D.F.: CENGAGE Learning.
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